¿Será que existe algo muy parecido a un plan de vida para todos?, ¿quién decide eso?, ¿por qué?, ¿para qué?... ¿es eso el destino? Yo pensaba que no creía en él, eso de que todo está escrito y que nosotros sólo debemos tomar el rumbo para que las cosas pasen nunca me agradó por completo. El chiste de esta vida, que dicen sólo hay una, es vivirla como uno decida ¿no?, cada quien sabe qué es lo que quiere, con quien quiere pasar los años, qué quiere estudiar, en qué quiere trabajar, cuántos hijos desea, etc.
Sí, así es, uno decide, pero cómo nos explicamos esas “casualidades” que la vida nos presenta y que de pronto se convierten en el nuevo camino a seguir. Todo puede cambiar en cualquier momento, es cuestión hasta de segundos para que lo que era ya no lo sea más, y lo que no existía se convierta en lo único. Así pasa en la vida de cualquier individuo en algún momento, de pronto cuando el inmenso mar que llamamos vida está quieto ante nosotros, una ola enorme nos arrastra, nos hunde, nos revuelca una y otra vez y finalmente nos lanza de nuevo a seguir observando. Esas olas, que pueden o no ser casualidad del mar, son las que hacen que dudemos sobre su quietud y su inmensidad.
Algunos le tememos en ocasiones a esa inmensidad engañosa, tan tranquila, tan silenciosa, tan llena de misterios que asusta pero al mismo tiempo invita a explorarla. Lo cierto es que por mucho que le temamos algún día tenemos que adentrarnos en ella, y por más opciones que busquemos para esquivarla, al final quien impulsa la ola no somos nosotros.
Esa fuerza que mueve olas y envuelve lentamente es la que llamo destino, nadie se escapa, tarde o temprano llega y trae consigo circunstancias, momentos y sobre todo personas que lo cambian todo. Por eso es importante nunca decir nuca, porque en cualquier momento la ola nos arrastra hasta el fondo y por tiempo indefinido.
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