Pasadas las fiestas, bueno, casi todas, estoy sentada frente a la computadora en una tarde nublada recordando la justificación por la cual estoy en casa y no en la escuela, por supuesto, 15 y 16 de septiembre, este año más especiales por ser el bicentenario; y ahora qué sigue, me pregunto, más programas especiales que analizan la hsitoria del país, más imágenes de gente "celebrando el inicio de la independencia", más discursos que llaman a la unidad, qué más, ¡claro!, el centenario de la revolución, faltaba más, otra espectacular ceremonia en donde se gastará dinero al estilo: aquí nos sobra. Aunque creo que tal vez esa celebración no causará tanto revuelo como la del pasado miércoles, no me pregunten por qué pero presiento que el tema de la revolución causa cierta incomodidad al gobierno.
Ahora me pregunto, qué es lo que festejamos el resto de la población, realmente nos percatamos de lo que pasa a nuestro alrededor o simplemente nos dejamos llevar por las fuerzas ocultas que manipulan nuestras acciones, el alcohol que se consumió la noche del 15 y cuyos efectos aún los sienten muchos, se debió al festejo por la independencia, a la ignorancia de muchos, a nuestro espiritu fiestero o a la necesidad de desahogar nuestras penas reprimidas...
¿Penas reprimidas? se preguntaran, sí, eso, penas que como país y como individuos guardamos y sobrellevamos, penas de todo tipo, unas más fuertes que otras, muchas que nos identifican como familia, como comunidad, como género, como miembros de una clase o simplemente como país; pienso que son precisamente esas penas las que algún día harán que, primero como individios y dueños de nuestras vidas, y después como sociedad, celebremos de verdad ser una nación y un país como ningún otro.
Tu entrada me recordó lo que escribió un diario colombiano me parece a cerca de las celebraciones del Bicentenario en México
ResponderEliminar"Para explicar el Bicentenario más derrochador de cuantos vive el continente, también “El Laberinto de la soledad” del mexicano Octavio Paz tiene respuesta: “Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares. Los países ricos tienen pocas, no tienen tiempo ni humor y la gente tiene otras cosas que hacer. Pero en México las fiestas son nuestro único lujo, sustituyen el teatro y las vacaciones”, dice el Premio Nobel en su radiografía del país.